Escuelas: El Impenetrable Chaqueño - Miraflores

   Cuando el viaje es a la provincia de Chaco, el Impenetrable Chaqueño nos espera, partiendo siempre desde Venado Tuerto, atravesando nuestra provincia de Santa Fe y luego Santiago del Estero, la ciudad de Castelli nos recibe con su gran cartel que señala al lugar como “El Portal del Impenetrable”.

   Allí vamos tras la historia argentina, la del debate continuo, de renunciamientos, de grandezas y miserias, de interminables campos pampeanos que se fueron cruzando con aquellos que quedaron marcados por las huellas de las topadoras y el fuego, y que día a día despojan de sus tierras a muchos de nuestros habitantes argentinos.

   Este territorio que alguna vez fue un hermoso poblado de quebrachos, algarrobos, lapachos, chañares, vinales, carandá, acacias, espinillo, cardos, palmas, palo borracho y también de una riquísima y variada fauna: cigüeñas, araña coral, gallinetas del monte, garza real, lampalaguas, buitres, cuervos, pájaro crespín, chivos, venaditos, una lista sería interminable que hoy muestra un cuadro que se puede calificar de brutal, descampados, quemazones, árboles tumbados y raíces emergentes por doquier. Cuando uno mira el camino y ve que hay árboles que parecen respetar la naturaleza original, enseguida se divisa que 100 metros más adentro todo ha sido arrasado, es como si dejaran una cortina para que no se vea el desastre que han hecho por dentro: soja, soja, soja y soja.

   Como dice el biólogo Raúl Montenegro: “cuando se desmonta el bosque se rompen las tres fábricas: la del suelo, la del agua, la del clima. Sin éstas fábricas, el final inexorable es el desierto”. El largo recorrido, de muchas horas en llegar, el calor abruma nuestros cuerpos y agota nuestras energías, pero nuestro destino está marcado y después de avatares en el camino (accidentes frecuentes en rutas que prácticamente están sin señalizar), llegamos a la ciudad de Juan José Castelli, provincia de Chaco que en quechua significa “Pueblo de caserío”. Donde siempre vivieron los qom (tobas) y wichi (matacos).

   De Allí nos trasladamos a Miraflores y de este pueblo a las escuelas apadrinadas a unos 20 kilómetros de distancia, ellas están situadas en el Lote 58 y Lote 76; los niños, las docentes, las familias, el cacique, la “Familia Acosta” y visitas de ocasión están “esperando a los padrinos”. Nos reciben con algarabía, en ellas descargamos las donaciones y luego realizamos tareas de mantenimiento de las escuelas y sus comedores, como pintar, reparar techos, muebles escolares (bancos, pizarrones), limpieza, colocación y mantenimiento de molinos de agua y de sus cañerías.

   Nuestros médicos, odontólogos, bioquímicos, oftalmólogos, ópticos, asistentes sociales, se encargan de atender niño por niño y a adultos también, se realizan tareas de higiene corporal y fumigación de las precarias viviendas. También se comparten comidas, actos escolares, fiestas, asados, cantos y bailes de su ancestral cultura.

   “La familia Acosta” son tobas, viven allí desde siempre y son alrededor de 25 miembros, el mayor de ellos es una anciana de más de 100 años (contradictorio porque ahora los niños y adultos jóvenes se mueren de hambre, he ahí el interrogante), los Acosta son artesanos de cestería de oficio y la yica (carterita tejida en fibra vegetal de vistosos y simbólicos diseños), el jefe de la familia, a nuestra llegada, frecuentemente auspicia una misa en toba (gente), donde hace sonarun silbato tallado de madera, típico instrumento ancestral, algo que nos resulta profundamente emocionante.

   Cuando se transita por estos parajes a uno se le seca la boca y se le anuda la garganta, siente frustración, dolor, rabia, bronca y puede percibirse en cada uno de los lugares la marginalidad y el olvido. Tuvimos la posibilidad de realizar una especie de “relevamiento” y realmente la situación sanitaria de los aborígenes QOM (tobas) y WICHI (matacos) es “ALARMANTE”. No hay agua potable y son muy altos los niveles de desnutrición y en la zona que recorrimos nosotros “sarna” y problemas bucales con encías inflamadas y falta de dentadura. Cientos de habitantes que recorrimos viven en condiciones infrahumanas, habitan en ranchos de barro y ramas y toldos, en extrema pobreza, muchas de ellas precarias, y no se realizan fumigaciones, las camas se las construyen ellos al igual que las sillas y esos son sus únicos muebles.

   Los pobladores nos cuentan que carecen de alimentos, llegando a pasar hasta 3 días sin ingesta (o hasta que los animales que cazaron y estaquearon se sequen). Estas comunidades beben de los charcos o represas que comparten con los animales que tienen, y en muchos casos construyen pozos donde colocan desde el techo de sus casas hileras de botellas de plástico que sirven como tuberías para llegar a los tanques o pozos. A veces almacenan el agua que les provee la municipalidad. La situación configura un exterminio silencioso, violación a los derechos humanos y prisioneros del clientelismo político.

   En el país de las espigas de trigo, nuestros niños se mueren de hambre y esto es aquí en Argentina y no sólo en el Chaco también en muchos lugares de la República Argentina. En nuestra visita al Hospital Provincial de Castelli (con el lema contradictorio “Chaco Somos Todos”) y que abarca a todo el impenetrable, la ciudad y su zona de influencia, las condiciones higiénicas son calamitosas, moscas por doquier, olores penetrantes, escasez de profesionales y deterioro edilicio configuran un panorama desolador y crítico, no sólo del aborigen sino para toda la comunidad, aquí queda claramente demostrado la omisión de los estados provincial y nacional en prestar la mínima asistencia sanitaria a “todos” los habitantes de la zona. Castelli en la tercera ciudad de la provincia (Resistencia, Sáenz Peña, Castelli) con una población aproximada de 40.000 habitantes, divididos entre la ciudad y el monte.

   El camino a Villa Río Bermejito está asfaltado, el último tramo de 15 kilómetros es de tierra y con las lluvias se pone intransitable, en Villa Río Bermejito está concentrado el foco sanitario más importante en desnutrición, discapacidad, tuberculosis, chagas, etc. Sus habitantes con cada lluvia que cae quedan aislados de todos los servicios hasta que el camino se seque, situación que lo hace más desesperante. Aquí al igual que el hospital las consecuencias son para todos los habitantes.

   En Castelli, una misionera laica de Caritas, que ayuda al Sacerdote en las tareas sociales, gentilmente nos acompañó a los barrios periféricos, específicamente a la Chacra 108 donde ella misma vive. Es un asentamiento de tobas, wichis y criollos que fueron despojados de sus tierras y para nuestra sorpresa la mayoría eran artesanos y en la caminata, después de visitar los hornos de ladrillos que se elaboran de manera artesanal, nos detuvo el presidente del Barrio Compi, el Señor es Toba y nos informó que éramos los primeros visitantes en llegar al asentamiento y nos agradeció el gesto y la compra de las artesanías. Las textuales palabras del Señor presidente barrial fueron: “Ustedes no nos tratan como animales, nosotros somos gente de bien, gracias, no se olviden de nosotros”.


   La impresión que tuvimos de Castelli es que tiene varias actitudes de discriminación que admite matices, uno es ignorar la situación de estas poblaciones pensando que no existen; otra, plantear que el aborigen es un ser inferior, haragán; es el que piensa que la población de los montes está de más (y ojalá sea una suposición nada más).

   De esta manera y transitando un camino de miradas, al final del viaje nos preguntamos: cuántos estragos humanos, naturales y culturales deberán acontecer para que el hombre admita que la solidaridad de “todos”, ciudadanos y gobernantes, es y será el único puente a un país mejor…

   Así entonces, día a día, aquí y allá, con trabajos y entregas generosas, fraternales, como el suyo, el tuyo y el mío, veremos que mancomunadamente, con varios poquitos haremos “un mucho”, cada vez que nos lo propongamos.